Ander GURRUTXAGA ABAD
El Oficio se asocia con el conocimiento necesario para realizar bien el trabajo y las tareas asignadas, la experiencia y la capacidad para hacer, decir y proponer. En las sociedades tradicionales, la mayoría de los puestos del gobierno, el ejército o la iglesia eran heredados. El talento contaba poco para detentar privilegios; la capacidad no tenía que ver con la jerarquía. Las personas que tienen vocación y aptitudes para ganar dinero con su trabajo en el comercio o en las finanzas por ejemplo, no son socialmente aprobados, protegidas ni valoradas (el caso de los judíos es el ejemplo más inquietante). El diario de S. Pepys —que se extiende entre 1660-1669— apunta en otra dirección. A los individuos se les debe respeto por su talento, la inteligencia y las capacidades que demuestran. La fórmula de “carrera abierta al talento” comienza a extenderse con esta generación. Un siglo más tarde los fisiócratas —franceses e ingleses— afirman que las cuentas de los Estados deben someterse a la inspección de matemáticos con talento.
La idea de “carrera orientada al talento” se extiende para dar lugar al principio de la “aristocracia natural”. Thomas Jefferson sustituye la aristocracia artificial fundada en la riqueza y el nacimiento, por los méritos ganados con el trabajo y la inteligencia en la vida. Durante la revolución industrial es el momento en el que encuentran la mejor autopista las burocracias gubernamentales y las profesiones liberales, más que en las fábricas y el comercio para afirmar un concepto fuerte del oficio y de la cultura que lo protege. A. Smith observa, por ejemplo, que la división del trabajo en la fábrica significa el final de los oficios tradicionales. Taylor y Ford demostrarán años después que para el oficio, la cadena de montaje, el control de tiempos y la producción masiva no son las mejores compañías para afirmar su valor.
A. Smith observa, por ejemplo, que la división del trabajo en la fábrica significa el final de los oficios tradicionales.
Foto: CC BY - Alex Briseño
La idea del oficio y el talento encuentran el punto de encaje en el tránsito desde la sociedad industrial a la postindustrial y del conocimiento. Cuando D. Bell y A. Touraine captan la esencia del cambio la hallan en dos fuerzas que cambian el mundo: I) el desarrollo tecnológico y II) el conocimiento técnico. Los individuos se ocupan de los trabajos de creación, técnicos y comunicaciones. Los nuevos oficios tienen que ver con la posesión de conocimiento técnico. El talento es casi una cuestión de expertos.
Pero Bell y Touraine enuncian la necesidad de otro tipo de habilidades, más móviles y adaptadas. Las nuevas formas de trabajo requieren personas capaces de cambiar de tareas, empleo y lugar de trabajo. La capacidad para aprender es el bien más valioso. La habilidad y la capacidad de aprender a aprender es más valiosa que la solidez del conocimiento y el potencial de aprendizaje más útil que las adquisiciones del pasado. El peligro es que a las bases del oficio que promueve el talento, no tengan acceso la mayoría de la población. Si ocurre estamos ante una paradoja: el oficio se vuelve contra la tradición histórica porque sólo quienes tienen conocimiento tecnológico pueden cumplir el objetivo de desarrollarlo; los que no pueden o no quieren acceder al estadio quedan fuera del territorio de posibilidades.
En ese momento hay sectores de la población que pueden romper los vínculos que le atan a la tradición cultural y al conocimiento social que les permite decir: tengo un oficio. Ahora proclaman: tengo un trabajo. El peligro es que los integrantes del variopinto mundo de las actividades no especializadas no desarrollen un oficio creativo sino prácticas repetitivas, de poca o nula creatividad, cercanas a la estrategia de supervivencia y muy alejadas del uso integral del conocimiento que proporciona el oficio. Lo que queda, en estos casos, es el trabajo repetitivo, eventual, temporal y flexible, sin tiempo ni disponibilidad para elaborar el concepto fuerte de oficio. El resultado es que, paradójicamente, el oficio en algunas profesiones significa la disolución en muchas otras. Los nuevos oficios requieren:
I) conocimiento tecnológico —saber hacer—
II) conocimiento social —para qué, cómo y por qué—
III) tradición
IV) cultura específica
IV) la caja de herramientas para realizar lo que dice que es
El carácter del empleo y el sentido del trabajo aparecen como dos ingredientes imprescindibles.
Difícilmente, el que no disfruta de estos bienes y el que recurre a trabajos inespecíficos, poco especializados y de escaso valor añadido, puede recrear o sumarse a esta fiesta. La sociedad del conocimiento afirma por una parte el oficio y por otra lo niega. Promueve los usos de la creatividad para unos —los trabajadores auto programados, los analistas simbólicos y la clase creativa—, —pero rechaza la creatividad para otros muchos— los empleos genéricos, los no especializados, los que tienen contratos temporales o mal pagados-. El oficio es dependiente del tipo de empleo que tienen, las condiciones objetivas, el tipo de empresa donde se presta servicio, el conocimiento acumulado o la tradición que sustenta. La mirada indica que la creatividad es para unos, pero no para todos; el empleo se maneja en algunos oficios y se descarta en otros.
La elite del oficio impone el universo simbólico y traduce la actividad a emprendizaje, creatividad, innovación, comprensión o adecuación al cambio.
Foto: CC BY - Fagor Automation
La sociedad del conocimiento “entierra el oficio” y rescata el “oficio”. La paradoja es la consecuencia inevitable del código y de la cultura productiva de la sociedad del conocimiento. El conocimiento ensalza el oficio del experto para enterrar el de quienes no están en esa categoría social. La elite del oficio impone el universo simbólico y traduce la actividad a emprendizaje, creatividad, innovación, comprensión o adecuación al cambio. La oferta se formula de la siguiente manera: siga mi camino si “quieren ser como yo”, “el talento es un bien democrático”, pero la autopista no aclara que la democratización de las expectativas no significa automáticamente la construcción de las oportunidades para circular por ella. La negación no está en la capacidad de soñar, en las habilidades para subirse al tren que lleva a la tierra de las expectativas, sino en la creación de oportunidades para que el recorrido sea factible. La cuestión abierta es la creación de oportunidades factibles, reales y contrastadas.
Hay sectores sociales —la generación joven es uno de ellos— que corren el riesgo de no realizar las expectativas y no porque no tengan talento, creatividad o capacidad de trabajo, sino porque las elites que gestionan la sociedad en diversos ámbitos no producen las oportunidades requeridas. El talento se desarrolla si puede realizarse y la creatividad si encuentra entornos para crecer. La innovación puede hacerse si se crean oportunidades para transformar. Al oficio le ocurre lo mismo, el viejo sueño se enmarca en la ropa del conocimiento tecnológico, desde aquí se entiende mejor, pero a los que quedan fuera que les queda: ¿soñar?
La opinión de los lectores:
comments powered by DisqusEn Euskonews nos interesa su opinión. Envíenosla!
¿Quiere colaborar con Euskonews?
Arbaso Elkarteak Eusko Ikaskuntzari 2005eko Artetsu sarietako bat eman dio Euskonewseko Artisautza atalarengatik
On line komunikabide onenari Buber Saria 2003. Euskonews
Astekari elektronikoari Merezimenduzko Saria